El Convento y la Iglesia de San Francisco
" Desde la instalación del Cabildo en el siglo pasado (1730), tratóse de la fundación de un hospicio de Recoletos, dedicado a la Virgen del Pilar, por ser recoletos sus fundadores. Consiguióse, al fin, licencia para fundar el hospicio, que allá por el año 1761 se convirtió con autorización real, en Convento de Franciscanos.
Dos manzanas se destinaron para Convento, entre las calles de San Francisco y San Benito, San Miguel y San Luis. Con limosnas empezaron los religiosos a construirlo en la de San Francisco esquina a la de San Miguel, en el lugar que hoy ocupa la Bolsa (actualmente, el edificio central del BROU), con fondo hasta la calle actual de Solís, donde se halla el Hotel Oriental. El resto de la cuadra del frente quedó sin edificar, destinándose bajo cercado para dar sepultura a los que de la comunidad falleciesen y a los menesterosos, de donde le quedó el nombre vulgar de corralón de San Francisco.
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Construyeron su capilla o iglesia provisional con el atrio correspondiente en la esquina de las calles de San Francisco y San Miguel, de piedra en bruto hasta bastante altura, y el resto de ladrillo con mezcla de barro, techada de teja. La puerta principal miraba al este, teniendo otra más pequeña al norte. Pobrísimo fue en sus principios ese templo, levantado con limosnas en el siglo pasado, teniendo que ir algunos conventuales a decir misa en la Matriz Vieja.
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Se trató de construir otra iglesia más capaz y más en armonía con el fomento de la población a principios de este siglo. El Cabildo fue de los más interesados en esa mejora, alentando a los religiosos para emprenderla.
Se resolvió construirla en la opuesta esquina de la cuadra (San Francisco y San Luis), que hacía parte del corralón de San Francisco, donde se halla hoy la Junta de crédito público (actualmente, el edificio central del BROU). Llegó a ponerse allí la piedra fundamental de la nueva iglesia, abriéndose los cimientos. En el año 1803 empezaron los religiosos con limosnas a contribuir, pero no pasó de los cimientos. En consecuencia, por acuerdo del Cabildo, de 11 de noviembre de ese año, “se asignaron seis mil pesos para ayuda del Templo San Francisco –decía el acuerdo– empezado por los religiosos, que ha quedado en los cimientos por falta de limosnas”.
En diciembre del año 4 se asignaban para el mismo objeto, 1.500 pesos, (…).
El año 6 y 7 fueron perdidos para adelantarlo, por los sucesos políticos de la Reconquista y la toma de esta plaza por los ingleses.
A fines del año 8 volvió el Gobierno a asignar mil pesos más para seguir la obra, debiendo entregarse al síndico del mismo convento. Los acontecimiento del año 9 impidieron la percepción de esa suma, y viendo la insuficiencia de recursos para poder llevar adelante con éxito la obra, se abandonó, resolviéndose emplear todos los que se pudiese arbitrar, a la mejora y ornamentación de la vieja iglesia.
Desde entonces empezó a recibir las mejoras que hicieron del viejo templo una cosa muy distinta de lo que fuera en sus principios en cuanto a la ornamentación, aunque el local fuera el mismo, con sus antiguas y toscas paredes de piedra, escaños y sus sillones de vaqueta.
Se construyó torre para el campanario al lado derecho, junto a la entrada del convento. Fue dotado de buenos altares, especialmente el mayor, de hermoso tallado. De un púlpito de raro mérito, de un gran órgano, de ornamentos, y de otros objetos de valer para el servicio divino.
Poseía hermosas imágenes de bulto, desde San Francisco y Santo Domingo, hasta la Dolorosa, San Roque, San Antonio, las vírgenes de Aranzazú y del Pilar y el Nazareno.
Ese Templo tradicional, el más antiguo por su existencia de la vieja ciudad de San Felipe, sirvió de Parroquia desde el año 1840, en que se dividió el curato de la Matriz. Por su mal estado se demolió el año 61 al 62, rematándose la piedra que se extrajo de él en 600 pesos, destinada a la construcción de los caños maestros.
Lo de más raro mérito tradicional, como el altar mayor, el púlpito, la mesa de sacristía con su hermosa piedra color rosa veteada, producción natural del país, y el gran estante prteneciente a la antigua iglesia que conocieron tantas generaciones, se conservan como monumento del pasado, merced al celo de su cura párroco don Martín Pérez.
El altar mayor fue destinado a la Iglesia de Villa de la Unión. El púlpito, retocado, existe en la nueva iglaesia, como el estante, las mesas de sacristía y los sillones de vaqueta.
Isidoro de María, Montevideo antiguo. Obra completa, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental S.R.L, 2006. Págs. 25-28.